"Aquel Cruz Grande" (D.R.) 2015.

IDEA,DISEÑO,IMÁGENES, TEXTOS Y REALIZACIÓN:
ELISEO JUÁREZ RODRÍGUEZ.
*Queda prohibida cualquier reproducción total o parcial, del material escrito o gráfico, sin el consentimiento de su editor.
*Derechos Registrados (2015). protegidos a favor del autor.

lunes, 15 de mayo de 2023

Mi primer viaje al puerto.


 “AQUEL CRUZ GRANDE”.


Inolvidable.

La emoción no me dejó pegar los ojos casi toda la noche. Mi madre nos dijo unos días antes, que nos iba a llevar a conocer el puerto de Acapulco. Con apenas siete años, me maravillaba con todo lo que fueran las historias del mar.

Los programas infantiles como los “Thunderbirds”  - que veía invitado en la casa de mis primos-, me motivaban aún más pues, algunas escenas mostraban lo que era él lecho marino con todas sus maravillas. Mis afortunados primos Bonilla (QEPD), ya lo conocían y habían disfrutado de aquella casi virgen “Playa Hornos”. Su papá (mi tío Político),era el único médico del pueblo, su economía le permitía disfrutar con su familia. Contaban con un hermoso “Land Rower” al que tuve el gusto de gozar en excursiones cortas en el municipio, invitado por mis primos.

En sus viajes compraban artículos de consumo (entre otros), que ni siquiera imaginaba que existieran como “el pan wonder” que en “Aquel Cruz Grande” se conoció antes que el “Bimbo”. Era tormentoso que te dieran a probar un cachito de ese pan untado con “Margarina Primavera” y azúcar. Sus nanas se los ofrecían como golosina y yo que veía aquella escena, me quedaba esperando me obsequiar también a mi una rebanada completa de aquel “manjar” que jamás me regalaron. 

Como decia, mis primos a veces me convidaban un pequeño bocado; otra de “las delicias” que solo ellos conocían era el cereal con leche “Corn Flakes”. También me quedaba con las ganas de disfrutarlo. 

Sin embargo; no fueron exactamente las hojuelas de maíz con leche las que me atormentaban; había en el interior de la caja de cereal algo más: era un regalo. Un barco de juguete, -a escala- para armar.

Era otra de las cosas que yo no podía tener, pero que no podía exigir tampoco. En mi inocencia siempre fui “consciente” de no presionar a mi madre.

Aquel primer viaje que tanto deseaba, llegó. Auque finalmente después de las tres o cuatro de la mañana me había quedado dormido, desperté entusiasmado y me levanté al instante cuando las hermosas manos de doña Rufi me sacudieron suavemente mis infantiles hombros. Había que tomar “café con pan” muy rápido porque íbamos a viajar y no podíamos perder el camión qué pasaba a las siete . Mi hermano mayor Oscar Luis, era un niño muy delgado y de color casi amarillo. Todos decían que sufría anemia, tenía poco apetito y sólo le gustaban las galletas y dulces que tomaba a hurtadillas de nuestra pequeña miscelánea; se metía grandes porciones que se pulverizaban en la bolsa de su pantalón. Mi madre sufría mucho cuando se “empachaba” y se enfermaba -igual que yo a veces-. Por su débil constitución física y su mala alimentación se le complicaba más su recuperación después de que lo purgaban con aceite de Recino  -como a mí en su momento-. Por fin, un día se percataron al lavarle su ropa, que los bolsillos de sus pantalones tenían residuos de polvos de galletas “norteñas” y “marias”. Después de eso le vigilaron más las manos y pudo superar su estado amarillento, acentuado por la caries infantil de sus dientes “títicos”. 

Aquel primer viaje al puerto, pues, era la máxima aventura que íbamos a vivir mi hermano y yo. Al llegar al crucero, algún adulto nos pasó cargando en vilo el “arroyo del beque”, para que después nos sentáramos sobre el tronco de algún árbol caído a esperar “la corrida de las siete de la mañana”. 

Íbamos elegantes como nunca, con zapatos, como si en lugar de ir al puerto iríamos a un lugar frío como la Ciudad de México que en esos momentos ni soñaba conocer. 

Por fin, abordamos los asientos de la “flecha roja” haciendo una considerable fila. Nos tocaron casi, casi los asientos de atrás del camión. Mi madre no dejaba de observarnos, era la primera vez que salíamos y viajábamos en camión. 

No llegábamos a ”Las Vigas”, cuando Oscar, empezó a sentirse mal. Abriendo la ventanilla, mi madre le sacó ligeramente la cabeza para que pudiera vomitar, al mismo tiempo que lo regañaba y lo culpaba por no querer alimentarse correctamente . Inevitablemente no puedo olvidar aquel momento chusco en que mi “carnal”, iba salpicando generosamente a los pasajeros que iban atrás de nosotros, pues el fuerte viento que se metía por la ventanilla le ayudaba a rociar restos de cafe con pan garapiñado.

La segunda “escala” de aquel viaje, la hicimos en San Marcos, un pueblo del que continuamente se hablaba en “Aquel Cruz Grande”. Al hacer alto total vi a través de la ventanilla a un enjambre de vendedores, ofreciendo bebidas y alimentos.

-¡Arroz con buevo!

-¡Chiladas!

-¡Tacos de pollo cebrado!

-¡Agua de sandía!

Después de un par de horas, nuestro camión ya bajaba por la avenida escénica y mis infantiles ojos se maravillaban al ver la hermosa bahía. ¡Ahí estaban anclados en el mar, los barcos a escala que regalaban las cajas de cereal!  Anhelaba poder llevarme de regreso a casa una caja de “Corn Flakes” para sacarle al llegar el pequeño juguete. El inmenso espectáculo se me quedó en la mente y cada que bajo al puerto por ese lugar vienen aquellos inolvidables recuerdos.

No olvido aquel primer viaje al entonces todavía casi virgen, puerto de Acapulco. Pise por primera vez su suelo un 12 de octubre- como Colón- de 1965.