10 DE AGOSTO DE 1970.
OFELIO.
Aquella mañana el personal de la policía municipal, recibía las credenciales metálicas que emitía el gobierno del estado para acreditarlos. El comandante Ofelio salió a festejarlo con una cerveza en compañía de sus amigos de la vida civil.
-¡Comandante invite pues, a la salud de la charola!
-Ofelio nunca había visto a aquel policía estatal que con atrevimiento le solicitó le invitara una cerveza, pero no quiso parecer descortés.
-¡Pide lo que quieras hombre!
-Hey muchacho-dijo aquel desconocido-. Dame una cerveza.
El mozo le llevó una superior y él policía se acercó a brindar con Ofelio.
-¡Salud comandante!, dijo mientras se llevaba el pico de la botella a los labios, sin dejar de observar de reojo a Ofelio que jamás atinó a ver cómo el desconocido sacaba su pistola y le disparaba en pleno rostro. El balazo era mortal de necesidad, pero Ofelio todavía se levantó por instinto cayendo pesadamente a los pies de uno de sus amigos soltando una bocana de sangre.
-Eran las dos de la tarde, yo había llegado de la escuela. Inés -la vieja cocinera de la casa-, había preparado una carne de marrano en mole rojo. La fuerte detonación me hizo volver la mirada hacía la puerta de la calle, donde la figura de un hombre joven con corte de pelo de aspecto militar, se recortó inquieta en el umbral. Con la pistola en la mano avanzó veloz hacía el interior, buscando una salida para intentar escapar. La música de la sinfonola paró de inmediato y una tropel de hombres armados gritaban violentos señalando la ruta de escape del homicida. Todo resultó un sainete, la muerte de Ofelio ya estaba planeada. El homicida fue remitido al penal de la ciudad de Ayutla de donde salió en cuestión de semanas para ser cambiado a la tierra caliente.
20 DE AGOSTO DE 1970.
FERNANDO.
Era un descendiente de aquella dinastía que llegó a los márgenes del Nexpa a cultivar el algodón. En su físico y sus modales quedaban pocos signos de la sangre española que corría por sus venas. Había nacido en "Las Vigas", pero su vida política y social la desarrollaba en Aquel Cruz Grande.
Don Canuto Flores el acaudalado empresario que amasó (con su esfuerzo) una fortuna en el municipio de Florencio Villarreal, era su tío y lo animó a participar utilizando sus influencias con el gobernador para que Fernando fuera nombrado candidato oficial del PRI y llegara a ocupar la presidencia municipal.
Fernando estaba consciente de que sus enemigos no lo iban a dejar gobernar. Sabía que su vida corría peligro, que estaba siendo vigilado y acechado. Al pasar de los meses, fue olvidando las amenazas que anónimamente había recibido por parte de el hombre que dominaba las armas en el municipio.
-Parece que ya se les está pasando el berrinche a mis contrarios, -le comentó en corto a su amigo Aquilino Santos Calixto-.
-No Fernando, no te creas, debes cuidarte, esto no me está gustando, es mucha quietud la que ha demostrado la gente de tu enemigo principal...
Fernando no pareció escuchar la advertencia.
Aquella mañana, era como cualquier otra, Fernando desayunó un aporreadillo y café negro. Medio vestido con un pantalón negro, camiseta y huaraches; se enfundó en una yucateca blanca sin mácula. Bajo la guayabera se fajó su pistola.
Salió de su casa; eran las 9 de la mañana de aquel día. Bajó para cruzar el arroyo y saltando los hilos de agua que su vecino el beque pretendía hacer correr, subió pesadamente eludiendo una piara de marranos que bajaban a buscar el lodo fresco del arroyo. Rubén Farfán le saludo desde el patio de su casa y Fernando le contestó cortesmente; su dentadura de oro brilló al recibir el impacto de los rayos del sol.
El presidente municipal ahora caminaba por la calle Cuauhtémoc, sin más protección que su pistola y la bendición de dios. Saludó a Daniel Reynoso que ya se encontraba frente a su negocio de telas; pensó por un momento pasar a la casa de su tío Canuto Flores pero ya era tarde y desistió. Viró la vista a la izquierda para buscar la camioneta verde de Rey Carmona, pero "La Perica", -como le llamaba su dueño al vehículo- no se encontraba estacionada en el lugar acostumbrado y eso era señal inequívoca que el muchacho alegre de Aquel Cruz Grande no se encontraba en su casa.
El sol brillante que parecía emerger desde los cerros de Cuautepec le perlaba de sudor la frente y su cara enrojecida, endurecía las facciones de un rostro marcado por huellas de acné. Escuchó a lo lejos el ruido del motor de un vehículo pesado cambiando la velocidad en el crucero de doña Beta, proveniente de Acapulco y quizá con destino a Pinotepa o Puerto Ángel.
El ciudadano presidente municipal constitucional ya recorría la calle principal y ahora pasaba justo frente a la casa de Víctor Manzo que sintonizaba la RCN en su viejo y potente radio de transistores. El aparato se escuchaba con claridad por el alto volúmen y en los inconfundibles diálogos, María Eugenia y Lino Huitrón de la radionovela de Porfirio Cadena "El ojo de vidrio", se planeaba una vez más acabar con la vida del bandido de la sierra del Huajuco.
Los viejos inquilinos de Vito, Doña Bella y Don Manuel, abrían su mercería y algún alumno de la escuela primaria -que se encontraba en la misma galera del ayuntamiento-, quizá compraba lápices de colores. Los majestuosos tamarindos saludaban al primer edil con el ruido escandaloso de los zanates que los habitaban. La placita se encontraba en calma, algunas pescadoras y locatarios de los puestos del mercadito atendían a las últimas amas de casa que compraban lo necesario para el almuerzo y la comida. Un viejo policía calentano, apuró su taza de café, al ver llegar a Don Fernando a su despacho. Antes de entrar, el presidente volteó hacia el templo y se persignó. El gordito sacristán barría las gradas del atrio.
FILADELFO.
Venía desde La Azozuca, llegó tarde pero no se preocupó demasiado, había que actuar con calma. Eran las doce del día, caminó decidido a tomar una cerveza en el Retache, el estanquillo que bajo un fresco tamarindo, ofrecía sodas.
Filadelfo observaba todos los movimientos del ayuntamiento, vio aquella vaca amarrada bajo otro frondoso árbol de tamarindo; la disputa del animal era discutida por gentes que conocía muy bien. Al voltear la vista hacía la calle con rumbo al crucero de la carretera nacional, su mirada se detuvo para ver a Ruffa despachar sus aguas frescas de arroz y limón que en los vitroleros rebosantes de hielo se hacían desear abajo del corredor de doña Mariana Flores. La aguafresquera con la sombra de una manta se trataba de proteger de los fuertes rayos solares. Un par de horas después, Filadelfo, sintió el olor del frito caliente y el arroz blanco humeante que Doña Romana había traído a vender como todos los días. No le pareció buena idea comer algo tan sabroso pero pesado como eran las vísceras del puerco; había que estar lo más ligero posible.
Eran las dos de la tarde, la jornada laboral ya había terminado. Fernando recordó las peleas de gallos que se iban a celebrar frente a la casa de Rey Carmona; los palenques y las apuestas eran una de sus aficiones preferidas, Filadelfo Palma lo sabía y esperaba con paciencia ver pasar a Fernando a las jugadas.
El edil, salió de su despacho y caminó bajo los corredores de los hermanos Manzo; al llegar a la esquina bajó por la casa de Don Carlos. Frente al domicilio de su primo Quimo Sánchez Flores, alguien lo tomó violentamente por el cuello, haciéndolo girar completamente el cuerpo. Fernando no tuvo tiempo de reaccionar, sólo sentía que un calor incandescente le quemaba el pecho.
Cayó pesadamente boca-abajo. Al fondo de la calle los galleros sorprendidos e impávidos, veían la violenta escena en completo silencio. Nadie se movía, parecía que el tiempo se había detenido súbitamente y el sol radiante, de pronto se tornaba púrpura.
Inexplicablemente el asesino no podía alejarse; se quedó dando vueltas alrededor de su victima como haciéndole una redondela macabra. Filadelfo no entendía porque no podía retirarse de aquel lugar, su misión ya estaba cumplida, pero algo le impedía huir y seguía caminando y haciendo círculos al rededor de Fernando con la pistola quizá humeante. Finalmente, cuando un familiar de Fernando se acercó a socorrerlo; al voltearlo, el brazo ejecutor dejó de dar vueltas alrededor del cadáver y pudo emprender la fuga...
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