Yo la amaba con locura, fiebre, sangre y la ternura
de este cuerpo mío que hoy muere de frío, soledad y hastío
y el presentimiento de no verla ya:
nunca jamás, nunca jamás, nunca jamás...
"Nunca Jamás"
Óscar Chávez.
Me acuerdo de ti todo el tiempo...Ya pasaron 24 años de que nos separó la vida. Recuerdo aquella tarde de nuestra primera clase en la normal, te vi y me enamoré de tu hermosa sonrisa, de tu piel blanca, de tu aroma…
Mi presencia no te decía nada, era para ti un desconocido que compartía un salón de clases. Nunca pensé lo que serías en mi vida, nunca creí amarte tanto, tanto.
¿Sabes?, todas las noches sueño contigo; que te beso, que hablamos, que tu también te pones feliz de volver a vernos. Fue el tiempo el que nos hizo trabar "una amistad" un tanto incómoda para ti. Vivías por el mismo rumbo que yo que necesitaba "un raid" al salir de la escuela, quizá un poco o mejor dicho un mucho, por querer hacerme de tu compañía.
En nuestra clase nadie de los compañeros sospechaban de mi estado civil, yo nunca dije que era casado. Solo "sobrevivimos" 2 de 6 hombres, de los 60 entusiastas que se habían inscrito en la normal para obtener una licenciatura de español. Juan Jesús Ramirez y yo éramos afortunados pues estábamos "rodeados" por muchas mujeres, aunque a él, seguido lo iba a su esposa a la escuela, dejándome como "único soltero disponible", del salón.
Todo sigue fresco en mi memoria, desde que salía de mi casa; mi travesía cotidiana en la "pesera", las estaciónes del metro "Tacuba" y "Revolución"; mi llegada a la escuela, entrar al salón y en la clase voltear a verte o verte llegar tarde.
Son imborrables momentos aquellos cuando en compañía de tus hermanos, fuimos al auditorio nacional a ver "El Alcalde De Zalamea", de Calderón de la Barca, con Gonzalo Vega y en algún teatro "Medea" de Eurípides con Ofelia Guilmain.
Cómo disfrutaba de tu compañía Elvis, ese aroma de mujer que me llenaba los pulmones placenteramente, nunca lo he vuelto a sentir, a pesar que nunca te abracé como hubiera querido.
Una vez, fui a buscarte no se con qué pretexto al mercado de Azcapotzalco y al verte enfundada en tu ropa blanca de trabajo manchada de rojo en la carnicería, me hizo admirarte más. Una mujer tan bella, tan pulcra, de tan inmaculada personalidad, podía sin ningún problema trabajar en algo que nunca hubiera sospechado. Sin duda con ese detalle, me inspiraste desde entonces a ser un poco como tu.
Fue doloroso saber que te logró conquistar el dueño de la papelería que estaba en la esquina de la calle de nuestra escuela. Eso fue una puñalada para mi, no podía disimular mi enojo, aunque al parecer a ti, mi disgusto no te importó mucho, tampoco ni mi actitud de mostrarme serio sin decir lo que sentía por dentro.
Habían pasado dos años de conocernos, me gustaba hacerte reír con mis ocurrencias y escuchar tu risa encantadora. Quizá (es probable) que Delma o Elena, nuestras amigas en común, te dijeran lo que yo sentía por ti. Nunca me dejaste decirte nada, nunca sentí una insinuación y el miedo a perderte me decía que no te dijera nada, que mantuviera en secreto, todo el inmenso amor que te tenía. Uno de los recuerdos más hermosos y quizá el que influyó un poco para que quizá me vieras diferente, fue aquella tarde de tertulia en la casa de Elena. Yo había ido muchos sábados a la casa de nuestra amiga y al parecer a sus papás les gustaba que cantara y tocara guitarra. Me gustaba ir, aceptar sus invitaciones y, disfrutaba aquella frase recurrente que solía decirme: "Eliseo, el sábado es el cumpleaños de mi mamá, dice que te espera a comer…¡ah, llevas la guitarra!"
Uno de esos maravillosos sábados, fuí contigo, Elena te había invitado y por fin tu dijiste que si aceptabas. Me acuerdo que ya llevábamos algunas cubas, cuando Don Mario -papá de Elena-, me pidió que tocara la guitarra. Tu inolvidable sonrisa me puso nervioso, pero logré vencer mi timidez y ese fue "mi mejor concierto". Imposible olvidar que preguntaste el nombre de una canción de Oscar Chávez que te gustó en mi voz: "Nunca Jamás" y esa melodia fue premonición de lo que serías en mi triste vida: un hermoso y nostalgico recuerdo. Creo que esa noche supiste que no sólo era un "acapulqueño relajiento", sin duda mi guitarra habló por mi y me prestaste la atención que nunca me habías dado desde que nos conocimos.
Pasaron sin sentir, cuatro años maravillosos, ya finalizaba nuestro curso. Recapitulando todo lo pasado, me doy cuenta que tu presencia dos semanas antes de nuestra graduación, en mi departamento no fue casual. Nunca te interesó saber cómo vivía, ni me preguntaste nada al respecto; fue curiosamente la primera vez que me visitabas y ahora sé que fuiste para saber si en realidad vivía solo. Fue algo inespèrado que te presentaras así de sorpresa, cuando nunca siquiera te había insinuado que pasaras a mi departamento. Al sorprenderme casado y con tres hijos, tu actitud a partir de aquella tarde fue un tanto desdeñosa (al menos eso creí); pero tu negativa a ir a la cena-baile de nuestra graduación, me dijo que sí te había "pegado", el saber cuál era mi real situación.
Te recuerdo tan distante de mi en la ceremonia de clausura de fin de cursos, ni siquiera volteabas a verme. No parecíamos aquellos inseparables compañeros que por cuatro años compartimos tantas cosas. Sin siquiera despedirnos te fuiste con tu familia y yo con la mía. La cena-baile de graduación hubiera sido màs bonita si tu hubieras estado ahí.
Querido Eliseo:
Espero
que estés muy bien. Quiero comentarte que, aunque mis respuestas te
lleguen un tiempo después de que tú me escribas, siempre te contestaré
con mucho cariño.
En efecto, recuerdo todo lo que me citas: tu amor por Elvira y tu
peculiar forma de ser. Me da gusto que tengas a tus hijos en México.
Ojalá pueda conocerlos pronto. Adivino que todos tienen tus ojos y que,
además, te heredaron tu amor por la vida.
Te mando un gran abrazo.
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