"Aquel Cruz Grande" (D.R.) 2015.

IDEA,DISEÑO,IMÁGENES, TEXTOS Y REALIZACIÓN:
ELISEO JUÁREZ RODRÍGUEZ.
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martes, 31 de octubre de 2017

NUESTROS INDOMABLES ANTEPASADOS: LOS YOPES.

"Costa alegre y bullanguera,
de un sabor que a todos pica, 
Sangre brava y pendenciera; 
hecha de buena madera: 
región de mi costa chica"

Carlos Manzo Mejía.

Al describir de esta forma la "sangre caliente" de nuestra raza; el poeta cruceño, lo hizo con el orgullo de saber que nuestros antepasados los Yopes; nos legaron un carácter indómito.

Los Yopes, la cultura prehispánica que floreció a los márgenes del río de Nexpa, que se extendió hasta el norte de nuestra entidad; ocupó -como sabemos-, casi toda la costa chica, especialmente San Marcos y Ayutla. El denominado reino de Ayacaxtla, provenía de las tierras de Michoacán.

Acerca de su indómito espíritu de libertad e independencia se habla frecuentemente, y se hace reconociendo que jamás fueron doblegados por el reino de la triple alianza. Algunas contradicciones encontramos acerca de esto, por ejemplo, en el museo de Ayutla donde se proclamó el famoso plan; encontramos algunas ilustraciones y notas que atestiguan la entrega del tributo al emperador azteca consistente en oro, pieles, etc.

Se sabe que nuestros antepasados eran guerreros feroces. El conocimiento de su propio terreno, cuevas, ríos, pero sobretodo lo accidentado de estos, eran los aliados más efectivos para repeler la invasión de los ejércitos de Moctezuma.

Los historiadores curiosamente describen a los Yopes masculinos como "prietos" y, "de piel muy blanca" a las mujeres de la misma raza. 

La manera de contraer matrimonio de los yopes era solicitando la mano de las doncella o muchacha 
"en edad de merecer". Los padres de la contrayente aceptaban y recibían en su casa al pretendiente. Al casar a la joven pareja el recién casado era puesto a prueba; se le proporcionaban implementos agrícolas para trabajar la tierra y practicar la pesca. En caso de que resultara un inepto o un bueno para nada, era expulsado de su nuevo hogar. Lo sorprendentemente agradable es que la mujer quedaba habilitada para contraer nupcias nuevamente. 

La infidelidad para los yopes representaba una cuestión de honor que no podía exonerarse, sobretodo para las mujeres. Una fémina de los yopes que hubiera tenido algún desliz, se le castigaba con la mutilación de la nariz. Esta práctica se realizaba arrancando a mordiscos la punta de la misma. De esta manera se identificaba a aquella mujer que había deshonrado a su cónyuge....Continuará.

sábado, 28 de octubre de 2017

¿CÓMO CELEBRAMOS A LOS MUERTOS EN CRUZ GRANDE?

"VELAS Y CORONAS"

Los árboles de  Bocote. En noviembre sus copas se visten de  blanco. Inexorable imagen que nos recuerda "Todos Santos".
















Allá por los años de los 60, al llegar el mes de noviembre, los árboles de bocote se pintaban (como ahora) en sus copas con el blanco de sus graciosas florecillas. Esa era la señal inequívoca que el año comenzaba a agonizar. En casa de mi abuela Florentina Mejía Rodríguez como en tantas otras, las familias aprovechaban la temporada para la fabricación casera de velas. Unas semanas atrás viajaban a la ciudad de México; compraban la parafina y el hilo especial para la fabricación. Los grandes casos con agua caliente servían para depositar la parafina y ponerla a baño maría. De una fajilla de madera pendían los hilos que después ser bañados de cera sostenían las brillantes velas de diferentes tamaños.

Una vez que ya estaban listas se envolvían por docenas en papel de estraza, ya estaban disponibles para la venta. Mi nostalgia me hace recordar aquellas vendimias y las estampas de mi abuela y mis tíos ahora muertos, vienen a mi memoria. El puesto de venta de las ceras, se ubicaba en la calle principal, lejos de lo que ahora es la zona del bullicioso mercado; era completado por las coronas de flores para los difuntos. Ahí, bajo el corredor de los hermanos Manzo, los comerciantes o mejor dicho, las familias que aprovechaban la temporada para obtener alguna ganancia se instalaban en paz y en armonía, ofreciendo sus productos.

NOS VISITAN LOS NIÑOS.

Llegaba el primero de noviembre "día de los angelitos". Nuestro pequeño pueblo se tornaba nostálgico y no hacía falta hacer tanto alarde acerca del dolor callado de recordar a los difuntos.
Las casas presentaban sus altares con flores y "caminos" de cempaxúchitl; el cenit de estos, se adornaba foto de los finados y al pié de los retratos se colocaban sendos platones con los moles, el arroz blanco, los frijoles, los tamales, la "carne cuche" y todo lo que les gustaba comer a los difuntos. En mi casa, mi madre ponía las paletas de limón y la Coca-Cola que mucho disfrutaba mi hermanito. Algunos altares llamaban más la atención por el gran número de velas con que esperaban la visita de sus seres queridos.

¡Hermosos y bellos recuerdos de Aquel Cruz Grande!; dolorosos también. A mediados de los sesenta mi madre había perdido a la edad de seis años a Pépe su hijo más pequeño que simbolizaba la niña de sus ojos. Antes de las ocho de la noche Don Eduardo Gallardo Tornés ya caminaba por las calles, visitando de casa en casa a las familias que le solicitaban "los minuetes" para con ellos honrar a los pequeños ángeles que esa noche visitaban a sus familiares.

La imaginación casi me hacía "ver" al recién fallecido hermanito entre las velas y las flores de cenpazúchitl. El sonido del arpa desgarraba el alma al saber que nuestro hermano estaba ahí con nosotros pero no podíamos verlo. Despúes de cantar los minuetes don Lalo, se despedía ya que a lo largo de la noche seguiría cantando por todo el pueblo su música cruceña para los angelitos cruceños.

Pasaron los años y mi madre como todos, aprendió a vivir con el dolor de su hijo muerto. La celebración se convirtió en una noche de convivencia familiar en que ella invitaba a mis tíos Apolonia, María+, Isaura+ y Bardo+, todos con sus hijos, a venir a mi casa "a ver" a Pépe y a tomar atole blanco con panocha y calabaza.
La noche de los angelitos siempre contó contó con la presencia de don Eduardo Gallardo Tornés, al morir él, fue su hijo Eulalio quién lo representó y ahora contínúa la tradicion con sus nietos.
En mi casa, "la noche de los angelitos", siempre es amenizada por "Los Gallardo".


"El adiós a los angelitos"

"Adiós, adiós,
adiós mi morena, adiós,
si te preguntan ¿qué vendes?
morena diles que arroz..."

Minuete.
Autor: Eduardo Gallardo Tornés.
Interpretan los Gallardo.


(Cheo Juárez).


jueves, 26 de octubre de 2017

LA MUERTE DE EMILIO VÁZQUEZ JIMENEZ Y SU ROMANCE CON LA SAN MARQUEÑA...

Última tarde.
Emilio Vázquez Jiménez.


Aquellas tardes eran placenteras. El agonizante crepúsculo de la tarde cruceña invitaba a la meditación y al romance. La siluetas de Emilio y Eluteria se recortaban en el umbral de las sombras vespertinas. Caminaban de la mano; su amena e íntima conversación versaba sobre tantas cosas, sobre tantos recuerdos. Era aquella una relación de tantos años que el amor que se profesaban no podía ocultarse. Recordaban por momentos, como fueron expulsados de Cuautepec -la parroquia que había sido asignada a Emilio Vázquez Jiménez-. Ya no ocultaban su amor, no había motivo; en Aquel Cruz Grande, encontraron la comprensión de una grey católica que jamás se escandalizó por nada. Los habitantes del antiguo "Paraje de la Cruz Alta" (donde "el siervo de la nación" pernoctó accidentalmente en su cumpleaños), estaban contentos con "el padre Emilio"; para ellos era prioritario contar con sus servicios religiosos y si el cura compositor manifestaba querer a Eleuteria, los cruceños sabían que tenía derecho pues bajo la sotana y la casulla, había un ser de carne y hueso como cualquier hombre.

Aquella tarde Emilio extrañamente comenzó a hablar de su final. Dio instrucciones a "la comanchi"- así le llamaba a Eleuteria- de cómo se debían repartir sus bienes a sus deudos. Fue especialmente cuidadoso en pedirle que sus restos fueran sepultados ahí mismo, en la parte trasera de lo que era una capilla y ahora es un templo. Hasta entonces  Eleuteria prestó más atención al semblante de Emilio y al ver detenidamente el color amarillento de su faz, antes rojiza, supo que algo andaba mal, que la salud de Emilio, no estaba bien.

1 de Octubre de 1950.
96 Años. Esta puerta principal del templo nos revela la fecha en que fue terminada la primera parte de lo que sería el templo tal cual lo conocemos hoy. Antes de la muerte de Emilio Vázquez Jiménez sólo estaba construída la mitad del mismo. Al ampliar el templo y construir la segunda parte la tumba del cura compositor quedó exactamente bajo el altar mayor.
Como todas las mañanas, Emilio oficiaba la misa de seis; cantaba y repentinamente, no pudo continuar con el santo oficio. Un frío terrible lo estremecía de pies a cabeza. Interrumpió el "yo creo en ti señor" y trémulo dijo que no podía continuar, que se retiraba a su aposento. La gente respetuosa lo entendió. Emilio auxiliado por María de Jesús Armenta y su sobrino Pablo lo condujeron hasta su habitación en el curato. Tal vez cualquier antibiótico le hubiera salvado la vida, pero el único médico del pueblo, no se encontraba en estado conveniente.
En Aquel Cruz Grande, situaciones aparentemente tan simples, eran la diferencia entre la vida y la muerte. Vinieron en auxilio del padre Emilio curanderas que con plasmas de ceniza caliente en la planta de los pies y en las manos intentaron dar calor al cura, que presa de aquel terrible frío tiritaba frenético.
La tumba de "La San Marqueña" la musa inspiradora de Emilio Vázquez Jiménez.



Finalmente a las once de la mañana de aquel día, dejó de existir Emilio Vázquez Jimenez el cura compositor de la célebre chilena "la san marqueña". La noticia corrió de boca en boca en Aquel Cruz Grande,  los escolapios interrumpieron clases pues doña Marciana Ramírez les pidió retirarse, finalmente todos fueron al curato a ver por última vez al querido padre Emilio. Esa noche el pueblo lo veló y al día siguiente por la tarde lo llevó por las dos calles principales a despedirse de la gente que lo respetó y le dio cariño. Sonaban las cinco de la tarde del dos de octubre de 1950 y Emilio Vázquez bajó a rendir tributo a la tierra que cobijó sus trabajos y pasiones, en Aquel Cruz Grande que fue testigo del amor que brindó a Eleuteria. Hoy los restos de don Emilio Vázquez siguen ahí, pero tal vez el jamás imaginó que quedarían exactamente bajo el altar de lo que algunos años después de su muerte sería el templo de la Santa Cruz.