Emilio Vázquez Jiménez. |
Aquellas tardes eran placenteras. El agonizante crepúsculo de la tarde cruceña invitaba a la meditación y al romance. La siluetas de Emilio y Eluteria se recortaban en el umbral de las sombras vespertinas. Caminaban de la mano; su amena e íntima conversación versaba sobre tantas cosas, sobre tantos recuerdos. Era aquella una relación de tantos años que el amor que se profesaban no podía ocultarse. Recordaban por momentos, como fueron expulsados de Cuautepec -la parroquia que había sido asignada a Emilio Vázquez Jiménez-. Ya no ocultaban su amor, no había motivo; en Aquel Cruz Grande, encontraron la comprensión de una grey católica que jamás se escandalizó por nada. Los habitantes del antiguo "Paraje de la Cruz Alta" (donde "el siervo de la nación" pernoctó accidentalmente en su cumpleaños), estaban contentos con "el padre Emilio"; para ellos era prioritario contar con sus servicios religiosos y si el cura compositor manifestaba querer a Eleuteria, los cruceños sabían que tenía derecho pues bajo la sotana y la casulla, había un ser de carne y hueso como cualquier hombre.
Aquella tarde Emilio extrañamente comenzó a hablar de su final. Dio instrucciones a "la comanchi"- así le llamaba a Eleuteria- de cómo se debían repartir sus bienes a sus deudos. Fue especialmente cuidadoso en pedirle que sus restos fueran sepultados ahí mismo, en la parte trasera de lo que era una capilla y ahora es un templo. Hasta entonces Eleuteria prestó más atención al semblante de Emilio y al ver detenidamente el color amarillento de su faz, antes rojiza, supo que algo andaba mal, que la salud de Emilio, no estaba bien.
1 de Octubre de 1950.
En Aquel Cruz Grande, situaciones aparentemente tan simples, eran la diferencia entre la vida y la muerte. Vinieron en auxilio del padre Emilio curanderas que con plasmas de ceniza caliente en la planta de los pies y en las manos intentaron dar calor al cura, que presa de aquel terrible frío tiritaba frenético.
La tumba de "La San Marqueña" la musa inspiradora de Emilio Vázquez Jiménez. |
Finalmente a las once de la mañana de aquel día, dejó de existir Emilio Vázquez Jimenez el cura compositor de la célebre chilena "la san marqueña". La noticia corrió de boca en boca en Aquel Cruz Grande, los escolapios interrumpieron clases pues doña Marciana Ramírez les pidió retirarse, finalmente todos fueron al curato a ver por última vez al querido padre Emilio. Esa noche el pueblo lo veló y al día siguiente por la tarde lo llevó por las dos calles principales a despedirse de la gente que lo respetó y le dio cariño. Sonaban las cinco de la tarde del dos de octubre de 1950 y Emilio Vázquez bajó a rendir tributo a la tierra que cobijó sus trabajos y pasiones, en Aquel Cruz Grande que fue testigo del amor que brindó a Eleuteria. Hoy los restos de don Emilio Vázquez siguen ahí, pero tal vez el jamás imaginó que quedarían exactamente bajo el altar de lo que algunos años después de su muerte sería el templo de la Santa Cruz.
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