"Aquel Cruz Grande" (D.R.) 2015.

IDEA,DISEÑO,IMÁGENES, TEXTOS Y REALIZACIÓN:
ELISEO JUÁREZ RODRÍGUEZ.
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*Derechos Registrados (2015). protegidos a favor del autor.

domingo, 3 de marzo de 2019

ASÍ ERA AQUEL CRUZ GRANDE...AUTÉNTICA CRÓNICA DE NUESTRO PUEBLO.

Día de playa en "La Bocana"...

Cruz Grande de mis amores, 
tu de fiesta siempre estás, 
entre sueños y quimeras, 
eres fuente de alegría 
que nunca te agotarás.

(Carlos Manzo Ramírez)


La década de los años sesenta no representó cambios significativos en el paisaje del pueblo.
Las ferias ya se efectuaban en la calle principal: desde la plaza, hasta el local que conocemos como "la ganadera" en la calle Álvaro Obregón. En mayo el pueblo se alegraba con los festejos interminables propios de este mes, pero especialmente los días tres, (de la santa cruz) y diez (el día de las madres).

En los puestos de la feria se ofertaban los regalos para la "reina de la casa". Estos presentes por lo general eran utensilios de cocina, platos, tazas, jarras con vasos de aluminio o plástico, envueltas en papel celofán.

Los puestos de telas lucían las piezas de diferentes clases con colores y estampados llamativos. También, se encontraban vendedores de ropa hecha y zapatos, cuyo "surtido" era el atractivo principal. 

De tal suerte se aprovechaba la feria, -ya que para la mayoría no era común visitar el puerto para adquirir prendas de vestir fabricadas, como lo hacían los pudientes de Aquel Cruz Grande-, que preferían el almacén de ropa y calzado "más chic" de aquellos años: "Las Novedades de Vicente". 

La publicidad de esta famosa tienda se escuchaba insistente en la RCN de Acapulco de esta manera,  -sobretodo a la hora de la novela de Porfirio Cadena "el ojo de vidrio"-: 

-¿A donde va la gente?
-¡A las Novedades de Vicente!
-¿Donde?
-¡En Melchor Ocampo y Mina! , ¡La esquina que domina!

Pero el grueso de Aquel Cruz Grande, esperaba la feria de Mayo y en la cosecha de ajonjolí, la bajada del tamaríndo, la pizca de la jamaica o el corte de cocotero, se fincaban las esperanzas de poder "ajuerearse". 
Así pues, era costumbre estrenar ropa en este periodo en que se desarrollaba las feria. Una promesa recurrente de padres a hijos era: "Te voy a mercar dos mudas, para que estrenes ahora en la fiesta". 

También dentro de la tradicional feria de mayo. Los caballeros de Aquel Cruz Grande, esperaban la llegada de este mes ya que Don Felix Alarcón -tío de quién escribe-, llegaba con sus máquinas Singer desde San Marcos. Él se hacía acompañar por otros tres sastres, (entre ellos a quien más recuerdo es a Fabela, agradable y simpático personaje que se hizo popular entre los cruceños por su carácter dicharachero). Estos sastres sanmarqueños eran verdaderos maestros para la confección de pantalones. Mi tío Félix era uno de los más reconocidos de la costa chica y al llegar a Aquel Cruz Grande se instalaba en mi casa, bajo una fresca enramada. 

Los cuatro sastres con su cinta métrica al cuello, trabajaban incansables desde las 9 de la mañana. La varonil clientela aprovechaba al máximo para surtir su guardarropa, escogiendo los finos cortes de casimir entre otras telas en variados y elegantes colores que Félix, ponía a sus órdenes. Después de escoger la tela, procedían a tomarse las medidas de cintura, cadera, "tiro", muslo, rodilla , y largo. Era una bonita estampa de Aquel Cruz Grande que mi mente no podré olvidar. Mi tío Felix, tenía tal éxito con su sastrería, que se quedaba desde el mes de mayo hasta finales de Julio pues  también era solicitado para fabricar pantalones para las fiestas de clausura de las escuelas primarias. 

Los parroquianos también se podía adquirir ropa hecha -las camisas Medalla y pantalones Gacela, eran las marcas más prestigiadas, por ser sanforizadas*-. Para buscar telas más finas, acudían a establecimientos de "más caché" en Aquel Cruz Grande. Una de ellas era sin duda del popular Güero Jaimes quién tenía su almacén y domicilio ahí donde ahora está una mueblería. Era el güero quien gozaba de las preferencias de la clientela cruceña junto a don Daniel Reynoso. Curiosamente los dos vendedores de ropa y telas, tenían peleterías que también elaboraban las famosas "barras de hielo". (Aquellos bloques de agua congelada eran indispensables en los festejos y fiestas en general). 
Los chiquillos de Aquel Cruz Grande, esperábamos cualquier descuido de quién cuidaba "el hielo" cubierto por los residuos de madera (viruta) para que "no se fuera"; tomando un trozo de hielo para morderlo y disfrutar el líquido.

¡Vamos al mar!
Esa era la expresión que Aquel Cruz Grande utilizaba para ir a pasar un día a la playa.
Aquellos años la playa más conocida y más visitada por los cruceños era "El Cerro del Coacoyul" hoy renombrada como Playa Ventura, aunque también era preferida "Rayito de luna" del municipio de Juchitán.

Aquellas eran verdaderas expediciones y toda una aventura. El acceso a los balnearios sólo se podía lograr en camiones o camionetas ya que ningún camino estaba pavimentado como actualmente se conocen. Pensar en servicios de restaurantes o simples enramadas que ofrecieran alimentos y bebidas era una fantasía.

Las familias ricas de Aquel Cruz Grande organizaban el paseo, e invitaban a lo más granado de la sociedad de aquellos años. Por supuesto que desde un día antes, se preparaba la comida para llevar a la playa. Generalmente el "menú" no tenía mucho que ver con la "carta" que hoy se disfruta en las diferentes playas de nuestra costa. Nadie imaginaba un pescado a la talla, ceviche o camarones al gusto. Desde la casa se llevaba arroz guisado, mole, etc. Aquellos afortunados que eran invitados sabían que tenían que llevar sus propios alimentos y para no batallar tanto, acudían a la tienda a comprar latas de sardina entomatada, galletas saladitas y los infaltables chiles serranos o jalapeños en lata.

El teléfono y las comunicaciones estaban apenas en "pañales". Era difícil tener contacto con el mundo exterior y la radio era el medio por el cual se conocían las noticias más importantes de México y el resto del mundo. La televisión era un aparato desconocido que a pesar de que solamente estaba en la casa de tres personas en  Aquel Cruz Grande, (Miguel Jacinto, y los doctores Rogelio Bonilla y Juan Ramírez), no inquietaba en lo mínimo (no poseerlo) al resto de la población. 
Aquel Cruz Grande disfrutaba aún la programación de la radio de Acapulco con las novelas de Porfirio Cadena, Kalimán y "Cumbres Borrascosas" en el día. En las noches estrelladas de aquel pueblo quieto, se escuchaban divertidos, (desde la capital de la república) los programas de concurso como "El Risámetro" y "El Cochinito" de Pépe Ruiz Vélez, así como la reina de las telenovelas de esa época "Chucho el Roto" a través de la XEW.

Para recibir o hacer una llamada telefónica, era necesario ir a solicitar "una conferencia" a la caseta de Teléfonos de México que se ubicaba en la casa del señor Carlos Manzo. El éxito de la comunicación dependía en mucho de la condición de "las líneas" o de poder encontrar en su domicilio a quién se pretendía contactar. Un buen número de personas acudían diariamente a la caseta, y hasta por tres días se les veía de las ocho a las siete, esperando pacientemente poder comunicarse, muchas veces sin éxito.

Una estampa mañanera de Aquel Cruz Grande que se me viene a la mente con frecuencia, cuando se me antoja tomar un vaso de leche; es aquella de las vendedoras de ese lácteo precisamente en el mismo corredor de la caseta de Teléfonos de México en Aquel Cruz Grande. Cinco o seis personas con sendos "picheles" de cuarenta litros (cada uno), ofrecían (aunque "bautizada") auténtica leche fresca de vaca. Muy temprano las amas de casa con sus jarras y recipientes, esperaban a doña Artemia (Tema) y a las demás personas que vendían el producto. 
Sí...Así era Aquel Cruz Grande...

*Tela Sanforizada” (se podía lavar la ropa una y otra vez sin que encogiera).

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