"Los motivos del Lobo"
Autroberto Gallardo Mejía llegó a la presidencia municipal de Aquel Cruz Grande de la misma manera como se ha hecho en los últimos tiempos, sin embargo; él no batalló comprando votos u ofreciendo terrenos o cosas por el estilo; Gallardo Mejía, "negoció" directamente con el entonces gobernador Israel Nogueda Otero para adjudicarse el poder del municipio.
Corría el año de 1973, cuando decidió que el mercadito y la placita debían ser derrumbados pues no "eran dignos" del pueblo. Así, sin mucho pensarlo y sin consultarlo con la gente, derribó, -igual que lo hizo Ociel García Trujillo-, los viejos y frondosos tamaríndos que rodeaban aquella risueña placita cuya cancha de basquetbol era el centro del pueblo.
Recuerdo bien que una tarde al llegar de la secundaria, noté algo raro. El sol era mucho más inclemente, algo no me cuadraba en el paisaje.
Austroberto Gallardo Mejía, "El Lobo", presidente municipal "constitucional" de Cruz Grande, 1971-74, entregando diplomas. |
Eran 12 enormes tamaríndos que jamás debieron morir; cuya tala jamás se ha justificado porque jamás estorbaron. Vi las lágrimas de un viejo sabio del pueblo, que con su paliacate rojo, lloró al ver derrumbada parte de la vida de mi pueblo.
El presidente municipal prometió una plaza espectacular, (pero todos sabíamos que su promesa no sería cumplida), que sólo fue era ardid costoso para ganar tiempo al tiempo y pretender hacer creer a la gente que se trabajaba y que se mejoraría el desolado panorama. Esos fueron los auténticos "motivos del lobo".
Pasaron al rededor de diez años para que se construyera un nuevo jardín y otros 15 para la remodelación que hizo Alvis Gallardo Carmona.
Finalmente en el 2O12 nuestro zócalo, sufrió la última transformación y fue a cargo de Ociel García Trujillo, quién tampoco se quiso quedar atrás de "El Lobo", y sin consultar a nadie, derrumbó a único tamaríndo sobreviviente de aquellos doce que tuvo la plaza principal de Cruz Grande. Ese tamaríndo fue derribado para poner ahí una fuente que pudo alegremente convivir con aquel viejo árbol.
*Recuerdo haberle pedido personalmente a García Trujillo que no lo talara. Le expliqué, le rogué, le comenté que si en Iguala los conservan,porqué nosotros los derribábamos. Me ignoró y se dio la media vuelta. La respuesta me la dio "un ilustre" de esa administración que de apellido Leocadio. "Árbol que no da fruto, debe ser talado". Mi tristeza no me impidió seguir protestando, hasta que García Trujillo me mando a la cárcel, alegando falta de respeto a la máxima autoridad.
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