"La Charra". Antes de llegar a tocar el cielo. |
"He ganado dinero,
para comprar un mundo,
más bonito que el nuestro.
Pero todo lo aviento,
porque quiero morirme,
como muere mi pueblo"
Gracias.
José Alfredo Jiménez
Cuarto Round.
Un campeón sereno.
Cuando nuestro inolvidable campeón realizó la hazaña de ir a coronarse monarca universal de los pesos moscas en Tokio, Japón, de repente, todo cambió en su vida.
El mismo sol del nueve de abril de 1984 cambió a partir de las 9 de la mañana, se tornó más brillante, desde el momento que el Samurai Koji Kobayashi caía a los pies del mexicano de Cruz Grande, Guerrero. Ese sol iluminaba también el nombre de nuestro pueblo; los puños poderosos de La Charrita -como le decían los mayores, por su habilidad para nadar-, sacaron a la luz, la existencia de nuestro hermoso terruño.
Si. Todo cambió para la vida y el entorno de Gabriel Bernal, aunque él como gente del pueblo, nunca cambió.
Aquella inolvidable mañana, yo escuchaba emocionado la narración del decano de los comentaristas. El más sabio, Don Antonio Andere, describía en la transmisión el impávido rostro del moreno costeño. Un rostro sin emoción, de alguien que no saltaba ni hacía aspavientos por haber logrado la gesta boxística. Subió al cuadrilátero don José Sulaimán presidente del consejo mundial de boxeo a felicitarlo junto a los altos ejecutivos del boxeo nipón, que ahí mismo le entregaron pergaminos y trofeos, como reconocimiento a su triunfo.
"El Cuyo Hernández"*. Sólo tenía en sus manos verdaderos ases. Cuando Bernal llegó con él, todos sabíamos que ya era campeón del mundo. |
Aquella mañana el pueblo mexicano, tan ávido de triunfos, empezó el día con el dulce sabor de la victoria y los medios impresos del medio día saludaban al nuevo campeón mexicano, sin duda fue una noticia que inyectó un poco de felicidad a todos. Por la radio se escuchaban los comentarios de la pelea y los canales de la televisión repetían una y otra vez la dramática escena en que Kobayashi quedaba inerme los pies de Gabriel Bernal, un guerrerense desconocido de Cruz Grande, un poblado a cien kilómetros de Acapulco.
Antes de tocar la gloria. Ya recibía compensaciones por ceder su lugar de retador número uno. |
El nuevo campeón mundial mexicano había cobrado una bolsa de 120 millones de aquellos pesos, una fortuna que prometía sacarlo de la pobreza en que había vivido. Al retornar de Japón, ya en México Gabriel Bernal no quiso estar más de dos horas en el aeropuerto internacional de la capital. Quería estar en su tierra y celebrar con los suyos. Rápidamente voló hacía a Acapulco para llegar lo antes posible a Aquel Cruz Grande.
Ya en su tierra el presidente municipal don Mariano Calleja+, reconoció al hijo prodigo del pueblo e impuso su nombre a una calle. El gobernador Cervantes Delgado lo llamó para felicitarlo y entregarle un carro azul Grand Marquis -tan codiciado en aquellos años-. Todo México recibió la noticia deportiva como un estímulo al decaído ánimo nacional. En nuestra región no fue diferente pero donde fue más reconocido no fue en su natal Cruz Grande sino en Ometepec. En el bello nido se hizo una larga valla de gentes que le aplaudieron a lo largo de la calle principal para conocer y reconocer al campeón mundial de Cruz Grande. En realidad a Gabriel eso no le importaba mucho. "No me gusta la pompa" me dijo alguna vez y yo que lo conocí bien sabía que decía la verdad. Gabriel era sencillo y del pueblo, no quería más que celebrar con "Mamá Chucha" -como le llamaba a su madre-, en su casa y pasear con sus amigos en su carro; bebiendo cerveza e ir a las bodas y fiestas donde sin que lo invitaran se hacía presente y hasta cantaba siguiendo la costumbre de participar en ellas, como se hace en Cruz Grande, comprando su bebida.
Nadie lo conoció tanto. Amigo de mi infancia. Lo busqué al llegar a México y él me buscaba a mi también. |
Al mes de su triunfo se dio un gusto más: compró otro Grand Marquis , -ahora de un blanco inmaculado-. Ese vehículo de lujo en sus mullidos interiores rojos; se atestaba de trasnochadas compañías y se impregnaba de olores de cerveza, colillas y residuos de cenizas de cigarro. A Charra Bernal eso no le importaba, él disfrutaba con quiénes creía eran sus amigos. Cuando Gabriel Bernal llegaba a Aquel Cruz Grande; pedía a la agencia de ventas de La Corona le descargaran en su casa cualquier cantidad de cartones de cerveza, pues los amigos llegarían a felicitarlo. El recibía a su primo Borrega y a otros con hieleras rebosantes de esa bebida bien fría.
En Aquel Cruz Grande todos nos conocíamos muy bien. Muchos que jamás ofrecieron una mano a Gabriel, cuando era un don nadie, pronto se volvieron "sus mejores amigos". Le organizaban jugadas de gallos y lo seguían a todos lados.
Lo visitaba frecuentemente en el gimnasio Margarita y cuando Bernal entrenaba con miras a su primera defensa en Francia contra Antonie Montero, fui a verlo trabajar. Me llevé la sorpresa al encontrar en el gimnasio a un conocido cruceño muy popular por su fama de no saber hacer nada. Ahí estaba, sangrando y chupando al campeón; exigiéndole y pidiéndole hacerse cargo de él, como si se tratara de un hijo.
Lo visitaba frecuentemente en el gimnasio Margarita y cuando Bernal entrenaba con miras a su primera defensa en Francia contra Antonie Montero, fui a verlo trabajar. Me llevé la sorpresa al encontrar en el gimnasio a un conocido cruceño muy popular por su fama de no saber hacer nada. Ahí estaba, sangrando y chupando al campeón; exigiéndole y pidiéndole hacerse cargo de él, como si se tratara de un hijo.
Arturo "Cuyo" Hernández el famoso hacedor de campeones se irritaba con Gabriel al ver a ese tipo de personas que lo rodeaban. El ahora al monarca no sólo tenía entre sus panegiristas al paisano cruceño, sino a otros aduladores como el tallarín -un chilango que no dejaba a Gabriel ni a sol ni a sombra-.
-¡Venga por favor!- me llamó el Cuyo-.
-Yo se que usted quiere mucho a Gabriel, es el único que no vienen al gimnasio a invitarlo a tomar o a desvelarse. ¡Cuídelo, el puede llegar muy lejos si quiere...!
-Cuente con ello don Arturo, -le prometí-.
"El Cuyo". Me recomendó a Gabriel. |
Un día de esos, previos a su viaje a Francia, Charra me pidió que lo acompañara a ver cantar al paisano de Arenal de Gómez, Roberto Belester en un bar en Tacuba y Motolinia en el centro histórico. Se habían conocido y simpatizaron rápidamente cuando los presenté. "Será nada más para escuchar un rato cantar a Belester",- me dijo-.
Un día le dije a Belester: te voy a presentar a un primo que es boxeador. Se hicieron los grandes amigos. |
Llegamos a las 9 de la noche, el bar estaba repleto, Gabriel vestía elegantemente un traje gris y luego llamó la atención de todos los noctámbulos, pues Belester desde el estrado le dio la bienvenida "al campeón mundial, mi paisano Gabriel Bernal..."
El campeón pidió una cubita y yo un refresco.
Sólo me tomaré una copita para ir a dormir,-me dijo-.
-Acuérdate que tienes un compromiso y no puedes descuidar tu preparación, le dije tomando muy en serio el papel de chaperón que me había dado el Cuyo Hernández.
No pasó mucho tiempo cuando la garganta sedienta de Gabriel solicitó al mesero una nueva cuba.
-Oye, recuerda...
-¡Tranquilo Teto, no pasa nada, un nada más!
Así transcurrían los minutos y Gabriel seguía pidiendo más bebida, quise advertirle otra vez que no podía seguir bebiendo , cuando Bernal con voz seria me dijo:
-Oye Tito... vamos haciendo una cosa: tu húndete en tu barco y yo en el mío. ¿Qué te parece?
-Ni hablar mano, yo ya me voy a dormir a mi casa, ahí te quedas campeón -le dije-. Él sin voltear a verme, ni siquiera me despidió.
Llegué a mi casa en primavera 56, en la avenida Azcapotzalco y caí rendido a dormir. Eran las tres de la mañana cuando escuché cantar a Gabriel y Roberto en el departamento un piso abajo del mío.
-¡Eliseo!, ¡Eliseo!, ¡Eliseo! eran los gritos de Gabriel que me llamaba. No acudí por supuesto a su llamado y a la semana de esa borrachera, Bernal estaba en Francia, fracturándole el maxilar a su retador Antonie Montero, -un auténtico toro-, en 11 desesperantes rounds...La tremenda pegada le había sacado adelante porque su estado físico no era el ideal, sin embargo, le alcanzó para hacer una defensa exitosa.
Continuará....
*Una constelación de estrellas que manejó "El Cuyo" Hernández.
Entre los principales ídolos se cuentan a los grandes personajes que dejaron sus nombres grabados con letras de oro en el boxeo mundial, como Rodolfo ‘Chango’ Casanova, Luis Villanueva ‘Kid Azteca’, José Toluco’ López y Memo Valero, además de los monarcas mundiales, Rubén ‘Púas’ Olivares, Carlos Zárate, Alfonso Zamora, Lupe Pintor, Rafael ‘Bazooka’ Limón, Alexis Argüello, Gabriel Bernal, Germán Torres y Elioncio Mercedes, Juan Zurita entre otros.