"Aquel Cruz Grande" (D.R.) 2015.

IDEA,DISEÑO,IMÁGENES, TEXTOS Y REALIZACIÓN:
ELISEO JUÁREZ RODRÍGUEZ.
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sábado, 26 de marzo de 2016

DE AQUELLAS SEMANAS SANTAS...PARTE 1






En los años 60´s -70´s la semana mayor -como era conocida la semana santa-, se vivía con tal recogimiento que los excesos con que hoy se disfrutan el periodo de supuesta reflexión son diametralmente diferentes.
Si, -entre otras cosas-, era motivo de algarabía que nuestros estudiantes regresaran a casa en la "semana santa", personalmente lo viví, cuando estudiaba en Chilapa. 

Mi hermano -y protector- en el internado era Generoso Trigo Tenorio. Recuerdo que faltando unos días para salir de vacaciones subió "la paleta" de su pupitre y me mostró el calendario con los días marcados transcurridos: faltaba una semana para regresar a Cruz Grande. 
Llegó el gran día, fuimos a la terminal de autobuses a comprar los boletos para salir al día siguiente -sábado- a las cinco de la mañana. 
No pude dormir esa noche por la emoción, desperté dos o tres veces -no recuerdo bien-, cuando por fin, a las cinco y media de la madrugada Generoso dijo ¡vámonos! yo caminé con alegría las oscuras calles de la londinense Chilapa.

En aquellos nostálgicos ayeres, Chilapa la bella, era un paraíso y sin problemas -pese a que aún no despuntaba el alba-, podíamos transitar por sus calles empedradas, en las cuáles sus piadosas gentes se arrodillaban a rezar el "ave maría" -si las campanadas de las doce del día, les sorprendían caminándolas- .

Al píé de su hermosa y gigantesca catedral, -como un bello tapete de bienvenida-, se ubicaba la fresca y hermosa alameda; era en ese punto donde también se encontraba la terminal de los "Chilolos", -camiones de transporte mixto- que recorrían a diario la tormentosa ruta Chilapa-Chilpancingo. Una sensación de libertad y de prisa por llegar a mi pueblo y a mi casa, recorría todo mi ser. 

La ciudad de las limas reynas y las toronjas,  -a esas horas-, se encontraba en penumbras. Sus viejas y frías casas, el aroma de su rico pan, las chalupitas y su exquisito pozole ya no me lastimaban; ahora era el llamado de la tierra que me vio nacer el que me alimentaba el alma y pude fácilmente, no comer nada en todo el día, sin sentir angustia ni desesperación porque ya iba al lugar donde nada me faltaría: mi destino era Aquel Cruz Grande.

Eran las siete de la mañana cuando el destartalado camión circundaba la capital del estado, llegábamos a Chilpancingo. Recuerdo que no buscamos nada para desayunar, Generoso era quien dirigía mis movimientos y yo cual hermano menor lo obedecía. Buscamos inmediatamente la conexión a nuestro próximo destino: el puerto de Acapulco. Ya no había boletos ni autobuses, la solución: vámonos en taxi.

Al llegar a la terminal de autobuses "Flecha Roja" en la calle Cuauhutémoc del puerto, recuerdo que atinamos a comprar unas "picadas" con las fritangueras y con eso fue suficiente, ya estábamos en ruta hacía nuestro pueblo. Era la una de la tarde cuando al bajar del autobús un hombre alto de ojos claros, -que todos en el pueblo conocíamos-, me recibío alegremente diciendome: ¡Vente Pajarito! -así me llamaban entonces en "Aquel Cruz Grande"-. Me subió a su auto, él sabía que le iba a dar a mi madre una gran sorpresa.

-¡Rufi...te traigo un cliente!
-¿Ah...si.. Don Ruben, dónde está?
-Aquí mira...- dijo abriendo la puerta de su carro permitiéndome salir corriendo hacía ella-.
-¡Ay, mi hijo! -dijo "doña Ruffus", abrazándome emocionada...



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