tendrás que escuchar en la radio sonar...
Pensaras que tu orgullo maldito
me hizo llorar, de tanto esperar,
pero no llores; y siente por dentro
que duele el amor..."
"La Última Canción"
Paulo Sergio.
Sonaba en la "rockola" aquella canción del brasileño Paulo Sergio y a través de los años esa voz me transporta automáticamente a aquel año de 1970, en que abrazando a mi madre por la cintura recibía la mejor de las bienvenidas a mi casa. Era la semana santa y ya estaba otra vez en mi querido pueblo.
Aquellas "semanas santas" casi, casi, se engarzaban con la hermosa "feria de Mayo" y era en los festejos del pueblo donde la gente daba rienda suelta a su alegría en "las toreadas", que iniciaban a las cuatro de la tarde en el barrio de "El toril", rumbo al panteón.
Con "palcos" improvisados de madera y fresca palapa verde con que se cerraba la calle en ambos sentidos, pocos eran los privilegiados que podían observar (de pié), las chuscas e hilarantes participaciones de los borrachines del pueblo ante el peligro de ser corneados y, por supuesto la valiente monta de algún jinete cruceño espontáneo que conquistaba la admiración de las damas -y de todos-, al lograr una exitosa participación.
Elenita...en "El Retache". Guapa,guapa,guapa.. |
Pero volviendo a los recuerdos de "aquellas semanas santas", me quedan grabados los momentos en que el pueblo guardaba tal respeto por los días santos, que ninguna familia que se preciara de católica y decente, permitía que los miembros del clan aprovecharan el asueto para divertirse.
Las advertencias que desde el púlpito hacía Víctor Fuentes Landa eran claras: bailar u organizar paseos a la playa eran una total falta de respeto y temor a un castigo divino, por lo cual era difícil pensar en ir a tomar una cerveza o disfrutar de la brisa del mar en la "semana mayor", incluso el sábado de gloria.
Al día siguiente del sábado, -día en que todo mundo se iba a la playa-, el entusiasmo de los jóvenes de aquellos años era discreto, pero por dentro los corazones de "los galanes" latían con tal fuerza queriendo disfrutar aquellas oportunidades únicas de ver las piernas de las muchachas más guapas del pueblo, pues con seguridad se bañarían en "chores".
Aquellas excursiones a la playa de "La Bocana" -la más popular-, eran organizadas por "los ricos" del pueblo que poseían camioneta de redilas.
Para poder lograr ser "pasajero" de esas "unidades de transporte" "sólo" se necesitaba ser invitado del dueño del carro o de sus hijos, hacerse el "caradura", o esperar en el crucero de la carretera a que el vehículo pasara y de un salto -apoyado por sus amigos que ya iban arriba-, abordarlo por la parte trasera sin que se diera cuenta el propietario. Otros con más dignidad llegaban como podían al esperar pacientemente en la gasolinera de Abrahan García, un aventón a Marquelia y una vez ahí, caminaban a "golpe de talón" la ruta hacia la playa.
Para poder lograr ser "pasajero" de esas "unidades de transporte" "sólo" se necesitaba ser invitado del dueño del carro o de sus hijos, hacerse el "caradura", o esperar en el crucero de la carretera a que el vehículo pasara y de un salto -apoyado por sus amigos que ya iban arriba-, abordarlo por la parte trasera sin que se diera cuenta el propietario. Otros con más dignidad llegaban como podían al esperar pacientemente en la gasolinera de Abrahan García, un aventón a Marquelia y una vez ahí, caminaban a "golpe de talón" la ruta hacia la playa.
Al llegar a "La Bocana" -aquellos que iban por separado-, sabiendo que la playa era de todos se sumaban a los juegos y a la diversión que tenían un momento triste: la hora de la comida. Era en esos incómodos y penosos instantes donde el que no llevaba dinero para comer en alguna enramada esperaba a que le invitaran "un taco", retirándose discretamente del grupo pero a una distancia en que pudiera ser observado.
Generalmente todo terminaba con un "ándale, vente" y después de aquella "invitación", el "aparecido" se integraba plenamente y terminaba bebiendo y comiendo más que los propios y los extraños, al grado de en ocasiones tenía que ser auxiliado para subirlo de "aguilita" a la camioneta.
Generalmente todo terminaba con un "ándale, vente" y después de aquella "invitación", el "aparecido" se integraba plenamente y terminaba bebiendo y comiendo más que los propios y los extraños, al grado de en ocasiones tenía que ser auxiliado para subirlo de "aguilita" a la camioneta.
Antes de que se metiera el sol todos subíamos otra vez al vehículo.
Sonaba la guitarra con el carro en marcha y cantando las canciones más populares de aquellos años en todo el trayecto, llegábamos echando relajo a "Aquel Cruz Grande"...
EXCELNTE!!!
ResponderEliminar