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El pozole en Guerrero es una deliciosa tradición que inició, -a mi entender-, en la bella Chilapa.
Con tristeza pero a la vez con nostalgia, recuerdo aquellos años en el internado Morelos en mi infancia.
Frente a "nuestra casa", justo frente al portón, se encontraba una pozolería que los sábados por la mañana, (mientras nosotros escabuchamos misa) esparcía escandalosamente en el ambiente del barrio, el irresistible aroma de las chalupitas, tostadas y demás requisitos indispensables del mejor pozole.
Los oréganos y hasta el perfumado zumo de aquellos grandes limones chilapeños, me picaban insistentemente la punta de la nariz, pareciendo decirme: "ven vamos para allá".
Por la tarde los internos salíamos en grupo al cine después de la comida. Al pasar frente a la pozolería concurrida, mis ojos, inevitablemente volteaban a ver las mesas repletas de personas al rededor de sendas cazuelas y bandejas de barro, repletas de botanas y bebidas. Otra vez sin poder evitarlo me soñaba despierto, viéndome sentado en una de aquellas mesas, saboreando aquel pozole y sus deliciosas y aromáticas compañías culinarias.
Nunca pude cristalizar ese deseo y sólo al paso de los años, ya casado y con hijos, visité la ciudad del sabroso pan y las limas reinas, con la intención de probar el pozole y hartarme de todos los platillos de la legendaria Casa Pilla.
Esa hermosa tradición sabatina chilapeña, fue aprovechada por los chilpancinguenses para convertirlos en sabroso pretexto de los burócratas. Así inventaron los capitalinos, el llamado jueves pozolero, que "mataba varios pájaros en un sólo pozole".
Pronto ese deliciosa táctica fue copiada por casi todas las regiones del estado y en nuestra costa chica no fue diferente, sin embargo; años antes de que yo conociera la cuna del pozole, en Aquel Cruz Grande ,ya se disfrutaba esa cazuela (para ser más explícitos).
Que yo recuerde nadie -hasta la fecha- ha discutido que Doña Facunda de La Rosa elaboró el mejor e inolvidable pozole cruceño.
"Nadie como Facunda", esa siempre fue la expresión de los comensales. Ella se llevó el secreto que la hizo tan famosa entre nosotros y no importaba esperar pacientemente a que Facunda tuviera las ganas de servir las órdenes para llevar, si se deseaba llevar a casa aquel manjar se debía ser paciente y aguantar sus malos ratos: valía la pena.
Facunda cuando hacía su pozole, sacaba por las noches su mesita y ataviada con su inseparable turbante, entraba y salía de su casa atizando el nizcome mientras la mesa ya se iba llenando de clientes ansiosos por degustar su famoso pozole cruceño.
Amas de casa y mandaderos, llegaban con sus ollas prestas a ser colmadas y he aquí que sin importar su condición social tenían que aguantar de pié, a que Facunda quisiera atenderlas pues para ella no había distingo ni parentescos. Fue tan especial en su trato que en ocasiones cuando alguno de los clientes, solicitaban la repetición de la cazuela, ella espetaba sin tapujos.
-¿Quieres más?, ¿Qué no te llenaste...? (Ante el rubor del que había pedido otra orden y la risa discreta de quién ya la conocía).
Las noches pozoleras de Facunda hicieron las delicias de Aquel Cruz Grande y desde que ella se fue, nunca más se volvió a degustar aquel pozole ni nunca nadie más, hizo sentir tanto sabor a los cruceños como Facunda. En la actualidad hay pozolerías y algunas han ganado fama de "buen pozole cruceño", pero sólo son ganas e ilusiones de querer decirlo. La realidad es que Facunda ya se fue y se llevó con ella el sabor del mejor pozole, con ella se fue también parte del inolvidable Aquel Cruz Grande...
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