En mi infancia jamás fui de los niños que fueran "a la leña". Inconscientemente mi madre nos hizo un gran daño, al no querer que sus hijos "fueran menos" que los hijos de los ricos del pueblo. Ella queriéndonos hacer un bien nos apartaba de nuestra realidad, es decir; nosotros debimos hacernos al campo y convivir con los niños pobres como nosotros. Durante parte de mi vida "compartíamos" con los niños popis del pueblo. Queríamos ser de su élite; como si fuéramos uno de los personajes de Federico García Lorca en alguna de sus novelas.
Mi hermano Ricardo González. En la azotea del banco. |
Esa falta de roce con el pueblo, con lo niños de nuestro entorno, nos ganó fama de ricos, al mismo tiempo que cierto desprecio de quiénes sí lo eran. (Nosotros jamás tuvimos un rancho o una huerta).
Al empezar el curso en mi secundaria agropecuaria, empezó otra vez el acoso de mis nuevos compañeros que vieron la oportunidad de hacerme ver mi suerte.
Nunca había tomado una hacha o tarecua en mi vida. Cuando el maestro Mireles nos delegó por equipos la chapona de un terreno a Napoléon Trigo y mi; las ampollas de sangre en las manos se dieron en cuestión de minutos, ante la burla de todos.
Entre mis nuevos compañeros se encontraba uno que me hostigaba sin cesar. Era de los más chaparritos y de los más inteligentes; un líder nato. Al saberse ducho en las tareas del campo, no perdía la oportunidad de ponerme en evidencia. Evidentemente nos caíamos mal. Nuestros "mundos" eran diametralmente opuestos. Jesús Carmona Reachi -mi entrañable y admirado compadre hoy-, fue al principio mi principal hostigador en el salón de clases. Una mañana Mireles nos mandó por equipos a cortar postes. No recuerdo bien como fui a dar de compañero con él. Mi intención era que se enterara que ganas de trabajar no me faltaban y le quise demostrar que no sabía manejar el hacha pero que no iba de mirón. Al terminar de cortar los postes, había que cargarlos al hombro desde el cerro hasta la escuela. Para demostrar que era útil, cargué con entusiasmo uno de los postes más gruesos. El compañero que me ayudó a cargar me jugó una mala pasada. Al momento de descargarlo, se echó el otro extremo del poste del lado contrario del hombro donde yo cargaba. El consecuente golpe en el el oído que me derrumbó. Era tan grande mi pena de parecer un inútil que ni el tremendo golpe en el oído doblegó mi orgullo. Me paré inmediatamente sin proferir queja. Chucho Carmona empezó a entenderme y demostrando por primera vez un gesto de compañerismo me preguntó si me encontraba bien. Sin duda esa acción me ganó algún respeto de mi futuro compadre. Al paso de las semanas eramos inseparables. Formábamos una de las duplas que no sólo imitábamos y parodiamos las actitudes y voces de los maestros; sino que hacíamos equipo dentro del salón de clases. Éramos una especie de pequeños polivoces*-.
Como dije, nuestra "sociedad" también era para estudiar. Cumplíamos con las tareas incluso, desvelándonos en el taller de carpintería de la escuela. Nos ayudábamos en los concursos donde participábamos los dos. Mi compadre Chucho era quien me ayudaba en los exámenes con mis deficientes matemáticas y yo a le ayudé alguna vez a ganar el primer lugar del primer concurso de dibujo en que yo quedé en segundo lugar.
Mi maestro, mi amigo, mi hermano. Mi compadre Chucho Carmona. |
Una noche mágica.
Pasó un año y mi madre me perdonó al saber que ya estaba otra vez estudiando. Su tiempo lamentablemente no le alcanzaba para estar al pendiente de mi. Así como no estuvo en mi terminación de la primaria, no se daba espacio para verme el festivales y asuntos de la escuela.
Recuerdo imborrable en la memoria feliz, es aquel festival en la cancha deportiva del centro del pueblo. Esa ocasión me tocó hacer 5 de los 10 números del programa.Tres skecths excelentemente montados y dirigidos por el maestro tamaulipeco Javier Muñiz. Uno de ellos parodiaba un incendio. El segundo -aplaudido a rabiar por la gente-, era otra parodia de Creendence el grupo de moda en la música moderna de aquel entonces. En este número yo imitaba al vocalista haciendo play back; mientras que Chope Lorenzo, Polo y Mencha la hacían de músicos roqueros con sendas pelucas que nos facilitó Linda, la estilista de moda de Aquel Cruz Grande.
Recuerdo que una de las pelucas más vistosas-color naranja-, se la había puesto Mencha.
-No, no, no. Esa peluca dásela a Tito-le instruyó mi maestro Javier-. No lo defraudé; hice que la gente aplaudiera y se carcajeara cuando bailando, involuntariamente, la peluca se me cayó. Fue un gran momento de mi adolescencia, me hacía notar y eso era lo que yo quería: llamar la atención.
Otro sketch que divirtió mucho a la gente de Aquel Cruz Grande, fue una parodia de una "cirujía a corazón abierto" a un alcohólico. Mi comicidad natural me hizo ganar los aplausos del público; cuando interpreté al cirujano preocupado, con un mano en la barbilla, dando largos pasos y vueltas en el escenario.
Por si fuera poco, esa noche también bailé el "Jarabe Tapatío" con Pina Meza. Fui el show del programa. Cuando felicitaron a mi mamá por mi participación, sólo atinaba a dar las gracias lamentándose no haber asistido a verme.
*Comediantes de la tv en los años 70.
*Pequeño fragmento de un próximo libro.
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