"Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío,
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo".
Alberto Cortéz.
Todos recordamos a nuestros amigos que ya no están, esos que nos brindaron su amistad y que los quisimos como se quiere a un hermano carnal.
Pablo, llamado cariñosamente por Víctor Fuentes como "El Duque", tenía su modesto puesto de verduras en el mercadito de Aquel Cruz Grande y al mismo tiempo ayudaba al cura del pueblo a oficiar misa. Viajaba al puerto una o dos veces por semana y era requerido por muchas personas para que de Acapulco trajera medicinas u artículos diversos de uso doméstico. Fue junto con doña Espíndola y doña María Díaz de las personas del mercadito que vendían y alquilaban revistas.
También por Pablo conocimos muchos el sabor del bolillo. Él lo traía al pueblo desde el puerto en una bolsa de manta de las que contenían harina de trigo. Estando de antojo iba a pedirle a mi tía Chucha -su esposa-, me vendiera un bolillo al que le ponía queso fresco de aro que compraba ahí mismo en el mercadito.
Me gusta recordar el aroma del papel nuevo que despedían las revistas que traía del puerto: generalmente los jueves o viernes por la noche llegaba en la flecha de las once.
Yo lo esperaba con impaciencia y al no verlo llegar a las 9 O 10 de la noche, me iba a esperarlo hasta el oscuro crucero de Aquel Cruz Grande de los últimos años de los 60 y parte de los 70. Mi alegría al verlo bajar del autobús de la flecha era inmensa, pero más la curiosidad por saber si traía el "esto" y las revistas que me gustaban como fútbol colección de oro, balón y notitas musicales. Pocas veces Pablo fallaba pero en ocasiones llegaba tarde al puerto cuando los ejemplares ya se habían agotado y eso me entristecía.
Era tan esperada su llegada para mi que en ocasiones trataba de ayudar a meter a su casa las modestas mercancías que traía; cajas de jitomate y arpias con cebolla, papa y col.
Pero no sólo yo disfrutaba de los servicios "editoriales" de Pablo, al otro día, muy temprano había quién adquiría Lágrimas y Risas, Kalimán y las fotonovelas tan de moda en aquella época.
Así mi amigo Pablo se hacía indispensable para la gente de Aquel Cruz Grande, pues era quien podía traer la medicina que necesitaba don fulano o las agujas para cocer de la modista, el transistor para reparar algún aparato de radio, etc.
Nuestra amistad se hizo grande pues aunque era un adulto y yo un chamaco yo lo quería como si fuera mi tío o mi hermano.
Nunca tuve una bicicleta. Fue mi sueño dorado en la infancia y nunca la tuve. Le solicitaba a mi mamá que me la comprara y jamás pude tenerla. Un día mi mamá me dijo: te dejo la llaves de la sinfonola 15 días para que ahorres y la compres. Ya tenía en la bolsa casi el dinero listo para comprar mi bicicleta. Al pasar por la casa de Paulo advertí que no había ido al puerto y le pregunté el motivo. Le dije que ese no era problema. Regresé a la casa y abrí la cajita de la sinfonola que contenía lo que había ahorrado. Regresé y lo puse en manos de mi amigo. Jamás olvidaré el gesto de alegría en su rostro. Una tarde mi casa se quedó sola, nuestro negocio había sido cerrado por la muerte del comandante Ofelio. Mi mamá me dejó en casa de mi abuela, yo mejor me fui a la casa de Pablo que me cobijó bajo su techo y compartía conmigo su comida. No, Pablo no solamente era mi amigo, era algo más: terminó siendo para mi un hermano mayor.
Una tarde me comunicaron la noticia. Había muerto el querido Duque. Fui a verlo en su ataud y permanecí parado casi veinte minutos o más llorandole. Con él se fue parte de mi vida y las pocas alegrias que tuve en mi infancia.
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