con borrachos, con ilusos
hasta el alma le entregue
a esa que hoy se enreda con cualquiera
yo le di mi vida entera y hoy se la daría otra vez...
A esa.
José José.
*ISELA.
"El Salón Orizaba" era el bar de "Aquel Cruz Grande", se encontraba en pleno centro del poblado justo en la esquina de la calle Cuauhtémoc y Álvaro Obregón. En el corredor del Salón, jugaban dominó los principales de aquellos ayeres, mientras las rondas de cerveza se sucedían una tras otra.
Era un crío de doce años y mis sentidos despertaban quizá prematuramente. Al pasar frente al bar, no resistía la tentación de ver a las meseras que atendían a los parroquianos. Eran dos mujeres jóvenes que con faldas extremadamente cortas, mostraban sus encantos. Sus torneadas piernas me hacían volar la imaginación de algo que no conocía. Una de esa mujeres me deslumbraba por su encantadora belleza. Su hermoso pelo de "principesa", negro y brillante , su bello rostro, una cintura breve, enigmáticos ojos negros, una boca sensual y una dentadura perfecta y blanca que lucían cada vez que coqueta sonreía ante la clientela.
Si, era bella y sin embargo estaba en ese lugar inexplicablemente. Quién la conoció sabe que no exagero, que quizá me quedó corto ante la descripción de su hermosura. Ella era Isela.
Mis ojos infantiles la admiraban y era placer y tormento verla desde la cerca de madera del corredor del bar. Al tenerla a corta distancia, generalmente mi vista quedaba a la altura de sus imponentes caderas. Verla servir las rondas e inclinarse para limpiar la mesa, era motivo para esperar pacientemente y disfrutar del sexo incorpóreo.
Con entusiasmo junté cinco pesos de aquellos, -unas grandes monedas, que para los niños de aquel entonces era toda una fortuna-. Una tarde pasé decidido a hablarle a Isela. Casi no había clientela, sólo cuatro hombres jugaban cacharro en una esquina del antro.
Con una mezcla de temor y de emoción me acerqué a aquel cuerpo espectacular de aquella hermosa mujer, y estirando la mano le oferté la moneda de cinco pesos.
Todavía recuerdo como un lejano eco, la voz de "Cuello"; cuando si dejar de ver los dados que rodaban en el centro de la mesa, con un cigarro entre los dientes, masculló:
-¡Órela Isela, chíngate ese pollito!
Nunca voy a olvidar aquella tierna caricia que me prodigó, acariciándome la barbilla.
-No hijo, tu aún estás muy chiquito...
Me devolvió la moneda, poniéndola sobre mi mano y cerrándola junto con las suyas...
*Los nombres de los protagonistas han sido cambiados..
*Los nombres de los protagonistas han sido cambiados..
ni modo Tito...te autocomplacistes!!!
ResponderEliminarMuy bonita historia, que bueno que esos recuerdos de aquel cruz grande aun sigan presente en su memoria
ResponderEliminarGracias...
EliminarPrimo,muchos construimos una historia similar cuando se instalaban esos cubículos de madera durante la feria,tienes tan buena narrativa que te estaba imaginando con tus monedas frente a la hermosa chica,afortunadamente a mi se me hizo realidad con la que me gustaba,aunque a mi me costo diez. Evocar los recuerdos es vivirlos nuevamente.
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