"Aquel Cruz Grande" (D.R.) 2015.

IDEA,DISEÑO,IMÁGENES, TEXTOS Y REALIZACIÓN:
ELISEO JUÁREZ RODRÍGUEZ.
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*Derechos Registrados (2015). protegidos a favor del autor.

miércoles, 13 de julio de 2016

MORIR DE MADRUGADA...*




10 de Febrero de 1963.

I- SARA.

Eran casi las seis de la mañana, seis hombres tocaron a la puerta de Sara, Fidencio, su marido había salido minutos antes a ordeñar. Fue a abrir, creyendo que seguramente se trataba de algún cliente madrugador que venía por queso y leche.

-Vamos a pasar Doña Sara -le dijo uno de los que tocaron la puerta-.
Al verlos armados Sara ahogó un grito.
-¡Ustedes van a comprometer a Fidencio, lo van a culpar... nos tendremos que ir del pueblo, por favor no...!
-Lo sentimos mucho. Ponga la tranca y haga como que no estamos aquí. Estaremos en el patio.

La nueva luz del día llegaba, el canto de los gallos, las parvadas de pájaros en el follaje verde de los tamaríndos y cerezos, el rebuznar de los burros, y el ronroneo de los puercos en la calle, en los patios y corrales de las casas; se escuchaban como todo los días. A lo lejos, la radio de Don Victoriano sintonizado en la RCN, de Acapulco, promocionaba a Wences "el loco de la cueva".
Los dos peluqueros del pueblo Biche y Pedro, instalaban sus sillas, espejos, toallas, máquinas y navajas de rasurar en el corredor de la escuela primaria del pueblo. 

Desde el interior de la casa, a través de rendijas, frías miradas observaban todo el trajín de la calle.

-Mira, Pedro Simón no hizo caso del recado.
-Ni modo, nosotros cumplimos con avisarle, ya le tocaba.

Don Manuel venía subiendo pesadamente, al llegar al poste de luz, se detuvo a respirar el aire fresco de la mañana. Con las manos en "jarras", al saludar; el puño de la camisa de su mano derecha se encogio para mostrar la piedra roja de una gruesa sortija de oro. Dos hombres que ya estaban platicando en el corredor de la escuela y los peluqueros, contestaron al mismo tiempo.
-¡Buenos Días!
Don Manuel siguió caminando y el sol que despuntaba radiante recortó su robusta figura cuando cruzaba la placita con rumbo a su zapatería.

-Del otro lado de la plaza, Pancho y Lencho se encontraban en la casa de Abdías, también estaban pendientes de los movimientos y la llegada de los Mejía al lugar de costumbre. Todos sabían que allí se juntaban por las mañanas a platicar. No habían tenido problemas para ingresar a aquella casa; habían dormido ahí junto a tres hombres más, que se instalaron en la casa vecina. Todo iba bien, otros dos Mejías, llegaron al galerón.

La charla de aquella mañana versaba sobre el robo del ganado en las tierras del Médano, se estaban perdiendo muchas cabezas.
-Hay que ver cómo vamos a parar esta cosa- dijo Chave-, al rato ya no vamos a tener ninguna vaca...

II. BICHE.

Sintió que algo caliente le quemaba el pecho; alcanzó a ver cómo el vidrio del espejo del peluquero, saltaba en pedazos; el eco de las palabras que pronunció Isabel fueron lo último que escuchó y sonaron lejanas. Abráham quedó sentado con los ojos abiertos en el sillón de madera del peluquero como esperando el aseo. La blanca espuma para rasurarlo en su barba, se partió al paso de un hilillo rojo; cerca de él, estaban inermes Pedro, el peluquero que había sido advertido, y su hermano Marcos.

Efrén escuchó los disparos, tomó su rifle semiautomático y salió corriendo sin camisa de la casa de Ma´ Bone. Al subir la calle sin cubrirse e ignorando dónde estaban quiénes atacaban, recibió la descarga de plomo y cayó sin disparar, lo mismo le pasó a Tomás y a Jaco, aunque ellos habían llegado por el lado norte de la calle.

Las descargas de rifles y escopetas se sucedían una, tras otra, con lapsos de tiempos que parecían eternos. Adentro de las casas de Aquel Cruz Grande, las familias que estaban fuera de aquel conflicto, presas del pánico, aguardaban desesperados que aquella masacre terminara. 


Biche observó como salían uno por uno de la casa de Sara, los hombres que habían iniciado la balacera. Sudaba copiosamente, cerró los ojos y apretó con fuerza el muslo de su pierna derecha; el dolor era intenso pero el miedo a que lo remataran le aconsejó no proferir un gemido de queja. Tirado en el corredor podía ver que al otro lado de la plaza había más armeros que salian de otras casas. No supo cómo aguantó aquel intenso dolor, hasta que aquellos hombres, se perdieron por la calle de la maestra Marciana...



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