"Si fuera pintor
con mi pincel de amores
pintaría,
tu hermosura,
en las fibras, de mi corazón".
"El Pintor"
Julio Jaramillo.
Era el 30 de diciembre del año de 1967, regresaban de Acapulco después de vender copra y surtirse con básicos, petróleo y gasolina; la noche había caído completamente. La camioneta Chevrolett de redilas, cargada a tope, avanzaba pesada, lentamente, por la brecha que los llevaría al vado del río; el puente del Papagayo en Cerro de Piedra había colapsado en junio. Silvino Torres manejaba, su hija y don Alberto Santos lo acompañaban en la cabina del vehículo.
Ana María en medio de ambos, trataba de recostar su hombro en el respaldo del asiento, cansada pero contenta de haber comprado en "Las novedades de Vicente" aquel vestido y las telas con que se iba a diseñar otros dos atuendos, pensó cómo luciría con su hermana menor, en la próxima boda de su primo Armando Medina. "Espero que las telas y las zapatillas que le compré a Vicky le gusten" , -se dijo-.
Don Alberto y Silvino iban pensativos, algo les preocupaba, quizá el poder accesar sin problemas al vado del río. La inmensidad de las palmeras de las huertas por las que atravesaban no les permitía siquiera ver más allá. Una puerta en el camino les impedía el acceso, pero por ahí exactamente debían pasar para llegar al Papagayo y salir a Las Lomas de Chapultepec. Don Alberto bajó y franqueó la puerta del corral, esperó a que la camioneta pasara, cerró nuevamente y abordó otra vez el vehículo.
Silvino Torres reanudó la marcha, de pronto; unos metros adelante, figuras borrosas salían de entre la oscuridad y las palmeras se confundían con ellas. Una ronca voz ebria gritó, ordenando abrir fuego, y Silvino, reaccionó acelerando la velocidad en aquel terreno fangoso intentando escapar de algo caliente que le había penetrado a la altura del pecho. El camión se detuvo al chocar contra un cocotero, retrocediendo medio metro al impactarse. Don Alberto abrió la puerta de la cabina para caer fulminado por aquellas balas. Ana María salió y cayó boca-abajo sobre la hierba.
Sintió los pasos de los guachos quebrando con sus botas la hierba seca y matándose en el rostro, los zancudos ribereños. Pudo advertir la luz de la lámpara sorda que le llegó, revisándola de piés a cabeza. La dejaron ahí sobre la hierba creyéndola muerta.
Sintió los pasos de los guachos quebrando con sus botas la hierba seca y matándose en el rostro, los zancudos ribereños. Pudo advertir la luz de la lámpara sorda que le llegó, revisándola de piés a cabeza. La dejaron ahí sobre la hierba creyéndola muerta.
Se levantó pesadamente, todo estaba completamente oscuro. Los soldados se habían retirado de la escena del crímen. Instintivamente buscó caminar en dirección a las Lomas de Chapultepec. Las lágrimas empañaban aún más su mirada. Arrastrando la pierna, dejó aquellos cuerpos inertes. No supo cuanto había caminado, tal vez una o dos horas. A lo lejos vio las luces que hubiera querido fueran de Cruz Grande pero no era así, eran las luces de Las Lomas de Chapultepec. Tuvo arrestos para llegar y caer inconsciente en el corredor de una de las primeras casas de adobe del pueblo...
*Si te gustan las historias de Aquel Cruz Grande ve al archivo del blog, que se encuentra en la parte de abajo.
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